El año del pensamiento mágico: Para que el dolor no nos devore, lo escribimos


Fue una lectura difícil. Son de esos libros que te mueven de múltiples formas. Te agrada por la calidad de su escritura y los datos que aporta, te conmueve al saber que los hechos que narra la autora son verídicos y le sucedieron a ella y te confronta con tus personales procesos de duelo y la forma en que manejas el tema de la muerte.

Se trata del libro de la periodista, novelista y guionista de cine Joan Didion, El año del pensamiento mágico. En él la autora narra el primer año luego del fallecimiento de su esposo John Gregory Dunne, mientras tenía que lidiar con la convalecencia de su hija quien sufrió una hemorragia cerebral. 

Mientras leía el libro fue inevitable recordar el día en que me enteré del fallecimiento de mi padre-biológico. Aunque no vivió nunca conmigo confieso que tenerlo vivo me hacía sentir invulnerable -si el continuaba vivo yo tenía tiempo de sobra, pensaba- y que su partida me enfrentó al miedo a la muerte de forma cercana. 

Para poder lidiar con el hecho de la muerte de su esposo, Didion echa mano de su oficio de periodista para hacer una crónica minuto a minuto de los momentos anteriores y posteriores al infarto fulminante que le arrebató a su pareja. Hace una búsqueda minuciosa de cualquier documento que aporte algo de luz ante la oscuridad definitiva de la muerte: informes médicos, grabaciones de cámaras de seguridad, ensayos, novelas…

“Yo os digo que no viviré dos días”, dijo Gawain –se repite Didion como leitmotiv en su texto, citando la premonición de uno de los caballeros más importantes de la Mesa Redonda de la corte del Rey Arturo. La muerte como algo universal; la búsqueda de respuestas en la literatura quizá responde a la necesidad de sentir que nuestro mal no es particular, que otros lo han pasado. Queremos buscar una salida para nuestro dolor y la ficción nos brinda posibles puertas.

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Al leer cómo la autora va revisando el disco duro de la computadora de su esposo y encuentra los últimos archivos en los que trabajó éste, recordé que tras la ruptura con mi expareja escribí un texto sobre la noche en que me avisaron de la muerte de mi padre. Ahora que escribo esta reseña sigo los pasos de mi colega y hago una búsqueda en el disco duro de mi computadora para encontrar ese documento. 

El archivo fue nombrado “16 de enero de 2016”. Como Didion, busco la fecha de la última modificación del texto y veo que fue el 15 de julio de 2018 a las 04:30pm. La hora corresponde a la de Venezuela pese que para esa fecha ya me encontraba exiliado en Madrid. No he cambiado la hora de mi laptop, quizás temo que al hacerlo la partida de mi país natal sea definitiva y me acerque un poco más a la muerte.

Abro el archivo y leo:

 16 de enero de 2016
Escrito el jueves 8 de febrero de 2018 en el café Hollywood del Centro comercial San Ignacio. Se trata de un relato sobre el día en que me avisaron que mi padre-biológico había fallecido.

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La casa tiene tres plantas. Está ubicada en una zona rural a las afueras de Caracas. La tercera planta tiene el techo en punta, tal cual como dibujamos desde niños las casitas. Cuenta con una terraza donde se ven los amaneceres más espectaculares que he disfrutado en mi vida: el sol sale entre las montañas cambiando el tono del cielo de naranja a rojo, morado y azul.
La puerta de la tercera planta –en la que vivimos K y yo- tiene una abertura en su base por donde un día se colaron dos gatos: Miguelito y Tomás. Ese fue el problema, ponerles nombres a los gatos. Miguelito se lo puse porque tenía un aire mexicano y Miguel me sonaba mexicano. Tomás se lo puse por santo Tomás, el desconfiado, costó para que confiara en nosotros.
Esa abertura en la puerta fue una de las causas de que mi pareja se fuera a pique, sumándole que K amaba a otro, que teníamos a la suegra cizañera en el piso de abajo, que los gatos se multiplicaron como conejos y que la narco dictadura sumió a Venezuela en una letrina de hiperinflación.
Todo esto lo cuento como preámbulo para relatarles lo sucedido la noche más surrealista de mi vida: la de la madrugada del 16 de enero de 2016.
Yo estaba enrollado con una manta muerto de frío tapando con mi cuerpo la abertura de la puerta para que la jauría de gatos no se escapara de la tercera planta e hiciera ruido peleando o copulando, lo que estresaría a mi loca pareja que estaba harto de todo y se encontraba entre suicidarse o huir del país. 
De repente llega un whatsapp: “papá acaba de fallecer”. Yo me paro y le recuerdo a K que me sostenga emocionalmente pues tenía días esperando la noticia. Mi puto padre-biológico nunca estuvo con nosotros pero que lo diga Freud, el padre siempre pesa, ausente o presente. 
A K sólo le preocupó ir a limpiar la caca de los gatos de la casa de la vecina, ese fue el gesto final que me hizo entender que no me amaba. Coño: acababa de recibir la noticia de la muerte de mi padre-biológico, tapando un hueco con mi cuerpo, apenas cubierto con una manta, evitando los ruidos de una jauría de gatos y el puto cabrón de mi pareja sólo me dio un abrazo y salió disparado a limpiar caca. El “gran maestro” limpiando mierda de gatos, eso es lo único que le importaba. 
Ese fue el día que marcó dos años de tortura y debacle: todo se rompió. Hoy armo las piezas y cuento mi historia.




Copio el texto de su archivo original a éste donde escribo la crónica de mi lectura del libro de Didion. Busco las menciones a mi pareja y sustituyo su nombre por una letra: “K”.

Rescato una frase: “le recuerdo a K que me sostenga emocionalmente pues tenía días esperando la noticia”. Recuerdo que lo que más me preocupaba sobre la situación de la enfermedad de mi padre –de la que me enteré 8 meses antes con una llamada poco sutil de una tía- era el temor a no poder resistir el aviso de su muerte. Tu padre muere sólo una vez y nunca estás preparado para ello, ni siquiera cuando estuvo siempre ausente.

Vino el llanto y el duelo pero debo confesar que pude manejar la tristeza paradójicamente gracias a un gato, o mejor dicho una gata, Miguelina. Meses antes tuve que ver morir en mis brazos a una mascota a la que tuve 25 meses cuidando diariamente por una herida que tenía en la nariz. Cuando finalmente colapsó pasé una temporada como la que describe Didion tras la muerte de su esposo. Sentí en aquella ocasión como si una burbuja protectora hubiera estallado a mí alrededor haciéndome vulnerable al aspecto más frío de la humanidad. Por varios días sufrí una desconexión con la vida cotidiana, los gestos de todas las personas con las que me encontraba me parecían fatuos: ¿Por qué son tan estúpidos? –me repetía- ¿Cómo voy a seguir viviendo en un mundo tan malvado? 

Recuerdo que me ayudó –luego de la muerte de mi padre-biológico- escribir en un cuaderno mi experiencia diaria ante el duelo como forma de ir procesándolo. Quizá eso motivó a Didion a escribir El año del pensamiento mágico. Para que el dolor no nos devore, lo escribimos.

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Al trastear en mi computadora para buscar las notas sobre la madrugada en la que falleció mi padre-biológico recuerdo otro texto que debo tener guardado en ella. Se trata del registro de la última vez que vi vivo a uno de los personajes que utilizaba en mi taller de escritura para que mis talleristas trabajaran su ética personal. Se trata de Víctor, un viejo librero que vivía en la entrada de la Universidad Central de Venezuela. 

Busco entre mis ordenadas carpetas digitales. Sé dónde buscar porque recuerdo qué estaba haciendo cuando vi por última vez a Víctor: despedirme de mi universidad antes de mi partida a España escribiendo en ella una crónica sobre la lectura de un libro, Yo te quise más de Tom Spanbauer.

El archivo fue modificado por última vez el 4 de marzo de 2018 a las 5:57 pm. En esa fecha aún estaba en mi casa en Venezuela. Pese a vivir en medio de una “tormenta perfecta” –mezcla de hiperinflación del país con Alzheimer de mi madre- me sentía aún en casa. Hoy sólo me siento lejos.

Reviso las 14 páginas de anotaciones para la crónica del libro de Spanbauer y me sorprende no encontrar nada sobre mi último encuentro con Víctor. Entiendo que ese archivo aún estaba en proceso de elaboración. El encuentro con el viejo librero estaba en mi memoria pero no había sido asentado en la computadora. 

Recuerdo que Víctor dormía sobre los libros que vendía acompañado por unos gatos y perros. En la reja donde se recostaba siempre había un texto escrito tanto en español como en griego, “Conócete a ti mismo”, decía. Siempre asocié a este librero con la libertad: por años logró vivir al margen de la sociedad rodeado de libros. 

Cuando supe de la muerte de Víctor días antes de mi partida a Madrid, recordé el final de la novela de Gabriel García Márquez Cien años de Soledad. Sentí cómo si la vida como la había entendido hasta ese momento se estaba desvaneciendo rápidamente. Si no me marchaba temía que yo también terminara desapareciendo.

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A continuación muestro parte del contenido del archivo con notas para la crónica de la lectura del libro Yo te quise más de Tom Spanbauer.

Lunes 26 de febrero de 2018

Desde el eclipse de sol del 15 de febrero los días pasan más lento y toda mi vida ha dado un revolcón. Hoy intento poner cierto orden al desconcierto para darle sentido a todo. Ese día compré el boleto de avión a Madrid –sólo de ida- para el 16 de abril. 
Emigrar es la palabra que tiene 10 día desmoronándome el entorno y apresurando las decisiones. 
(…) 
Necesitaba estar en un entorno que favoreciera mi escritura. El apartamento que comparto con mi madre con Alzheimer y mi hermana cuidadora de mi madre, no era el más apropiado y de hecho me estaba ahogando.
Decidí comenzar a escribir esta crónica sobre el libro Yo te quise más de Tom Spanbauer en la Universidad Central de Venezuela: Mi alma mater.
Por mucho que madrugué no pude esconderme o librarme del desastre en el que está Venezuela y su capital Caracas: hiperinflación, sin efectivo y transporte colapsado.
Ya amaneciendo en la UCV -6:30 am-, me tomo un café y me como una empanada en la escuela de ingeniería. Luego me dirijo a la biblioteca y me detengo en el monumento a los caídos en la generación del 28: Una dama que solloza en medio de la llamada Tierra de Nadie; ahora que me voy del país a otras tierras entiendo el gesto de esta estatua; mi alma también llora desconsolada.
Busco rápidamente otra estatua que me suba el ánimo y voy hacia el Pastor de Nubes: dorado, infantil, plácido, resguardado por papiros, como imagino hay en el Nilo.
Veo acercarse las guacamayas, mis queridas guacamayas; son lo que buscaba para sentarme a escribir. Sus graznidos y volando en parejas es lo que necesitaba: paz.
Toda esta introducción es para hablar del último libro que leeré en Caracas: Yo te quise más de Tom Spanbauer. Espero a que abra la biblioteca para terminar su lectura y tomar notas. 
(…)
7:00 am marca el reloj del edificio la Previsora de Plaza Venezuela que puedo ver desde donde estoy, fuera del aula magna de la universidad. Me siento en el piso. El sol despierta y viste de dorado al majestuoso Ávila. 
Como el protagonista de la novela, muevo el pulgar desde el nudillo a la punta del índice y de regreso al nudillo para conjurar el miedo: (…)
(…)
Tiemblo y ya no es por frío, las hojas de un árbol caen, las guacamayas se comunican las noticias del día. Veo un águila. Es la primera vez que veo una en la UCV. Siempre que veo un águila siento que me anuncia buenos tiempos por venir: amén.
El águila es la forma elevada del signo escorpio, el signo de la trasformación. Mi vida renace este año y sólo puedo llevar dos maletas grandes de recuerdos y una pequeña de mano. ¿Qué dejo? ¿Qué me llevo?
Pienso inmediatamente en mi obra y en mi amor y que no puedo llevarme a mis gatos. En 10 semanas cumpliré 45 años de edad y espero hacerlo en Madrid, estabilizado y preparándome para cursar el master de narrativa de la Escuela de Escritores desde octubre de este año. 
(…)
Dos perros felices se me acercan y por un momento me dejan compartir su paraíso. Un espacio de paz, una tregua, antes de la tormenta final que barrerá con mi pasado y me mandará a un presente nuevo al otro lado del Atlántico. 
Cuadrados separados por grama. El sol se escabulle por las hojas de un árbol. Estudiantes caminando de prisa hacia su primera clase del día. 
Propincuidad. Mi especial condición. Carga. Maletas. Amigo. Amor.
¿Cómo se mide el amor? ¿Existe?, preguntarás. 
Puto sexo que todo lo complica. Puto sexo que complica el amor y le quiere quitar el puesto. ¿Hay amor sin sexo? ¿Hay sexo sin amor? 
Yo te quise más es un título aparentemente inofensivo, pero que esconde dos venenos: el pasado y el fin de una relación. Esa frase sólo puede decírsele a alguien que se ha alejado, una especie de despedida con resentimiento. 
Yo te quise más, yo te quise más… ¿Te di más de lo que recibí? ¿O no es cuestión de dar o recibir sino de la verdad? ¿Quién amó de verdad? ¿Quién amó más?
Quisiera ya estar en el aeropuerto de Maiquetía en la puerta de embarque, (…) para acabar con el tormento de emigrar. ¿Acabará de una vez en el avión o se colará en mis maletas?
Un retorcijón de panza me hace levantarme, me saca del paraíso y me lleva nuevamente a la realidad, necesitaba un baño. 
Voy al edificio de Fases –Facultad de ciencias económicas y sociales- y como broma de mal gusto sólo están abiertos los baños de damas. Ya imagino al lector de esta crónica diciendo “eso te pasa por maricón, toma por el culo”. Yo recuerdo al personaje Hank y su “Adiós, señor torta de chocolate” y me río.

(…)
¿Amor de amigos o de amantes? ¿Se puede amar sin sexo? 
Me llega un email de publicidad con el título “Tu futuro comienza ahora”. Una señal. Un águila. Un buen augurio.
(…)
Tomo un café frente a la escuela de derecho donde hay un cartel con un rey barbudo en su trono “Aquí lo tratamos como un rey pero no fiamos”. (…)
8:30 am. Ya estoy donde quiero escribir la crónica, en el balcón de la biblioteca central, con el Ávila al frente, el sol desnudo y fuerte, las guacamayas recordándote la cercanía del Caribe y el trópico. Una joven a mi derecha desayuna. Un joven –más cerca- a mi izquierda toma notas como yo. 
Las guacamayas son azules y amarillas como las postales que sirven de marca libro y que compré en la Vuelta a Venezuela 2009 –hace 9 años.
El personaje Ben y el tema del Sida me recuerdan me recuerdan a mi “mejor enemigo” Nelson, ingeniero en computación que vino a Caracas desde Barquisimeto a estudiar en la Universidad Simón Bolívar. Nos peleamos cuando estaba recluido en el hospital clínico de la UCV. Cuando me avisaron de su muerte entré a una juguetería para no llorar. Compré un rompecabezas 3D del Arco del Triunfo. Aún lo tengo, pero no lo llevaré en las maletas a Madrid.

§

No encontré en el archivo el recuerdo de Víctor pero sí el de la muerte de mi amigo Nelson –o mi mejor enemigo como me gustaba llamarlo-. Qué cosas tiene la memoria. Pareciera que sólo recordamos nuestros afectos más cercanos en el tiempo. ¿El olvido es otro tipo de muerte? ¿Será por esto que Didion se empecinó en escribir la cronología más exhaustiva que pudo sobre la muerte de su marido? ¿Se negaba a dejarlo ir fácilmente?¿No quería “pasar página” tan rápido?
Hace poco, ya en Madrid, escribí un cuento inspirado en la memoria asociando el olvido con la muerte. Debe ser que estaba leyendo para entonces el libro La misteriosa llama de la reina Loana de Umberto Eco, que precisamente trata sobre la pérdida de la memoria – o su recuperación.

Fue un ejercicio exprés dentro de un evento publicitario de la Escuela de Escritores de Madrid, cerca de la Puerta de Toledo. 
Este fue el cuento: 



Memoria movediza o el hueco negro de la memoria 
–no sabía cuál título escoger-

Sufro de un extraño mal: todo lo que voy escribiendo se va borrando de mi memoria. No digo ya las palabras porque como me dirán no podría seguir escribiendo. Hablo de los recuerdos, apenas los escribo lo olvido.
Cada noche leo mis bocetos para recuperar mi memoria perdida pero ésta ya no me pertenece, es como si leyera la vida de otro. Hay un recuerdo sobre el que me obligo a no escribir: se trata de la persona que más amo. Ya murió y no deseo que vuelva a hacerlo en mi memoria. No quiero convertirlo en literatura, quiera que siga vivo en mí. 
Algunas veces quisiera escribir sobre mí mismo para por fin desaparecer y unirme nuevamente con mi amado, en el olvido.

El profesor que coordinaba la actividad dijo que mi texto sonaba honesto convincente, que lograba el objetivo que debe cumplir todo texto de ficción, engañar al lector con una historia verosímil. Dijo que el protagonista de mi cuento le recordaba el de la película Memento y a un personaje de Borges. 

Días después continuando con la lectura del libro de Eco, me encontraría con el nombre de ese personaje de Borges: Funes el Memorioso. Al contrario que mi protagonista, Funes sufría de un mal también insoportable, recordar toda su vida en el más mínimo detalle.

Didión intentaba ser un poco como ese Funes al tratar de reproducir minuto a minuto el momento de la muerte de su esposo. Hay algo de rebeldía en ese hecho. Es como si la escritora le dijera a los dioses, por un momento no me lo van a arrebatar, mientras haya un lector que viva mi historia, Joan seguirá de alguna manera vivo.

§

No quiero terminar esta reseña de lo que pasaba por mi cabeza mientras leía El año del pensamiento mágico sin contar dos experiencias personales muy significativas para mí. La autora refiere que durante el primer año luego de la muerte de su esposo reconocía que su forma de pensar no era del todo racional, que echó mano del pensamiento mágico –de allí el título del libro- para poder soportar el proceso del duelo. Esto me hizo recordar dos sueños que tuve y que siempre recuerdo por su particular significado.

Uno de estos sueños era más bien una pesadilla recurrente cuando era niño. Se trataba de una escena que se repitió varias noches: Veía frente a mí a un hombre con una pistola a punto de dispararme, yo me resbalaba y me despertaba. Siempre asocié ese sueño con mi muerte. Nunca supe si el disparo llegaba a herirme en el sueño. Fue mi primera preocupación sobre la muerte. 

Otro sueño ocurrió años más tarde, cuando estaba estudiando bachillerato. La noche luego de conocer el fallecimiento en un accidente de mi tía Elisa, hermana de mi mamá.
En el sueño ella me hablaba en portugués. Yo le decía que no podía entenderla. Parece que la aparición cayó en cuenta de su error y repitió el mensaje poco a poco. Esta vez sí lo entendí: “Dile a mi hermana que estoy bien”.

Mientras el sueño de mi infancia me tuvo varios meses reflexionando sobre el miedo a la muerte, el sueño de mi tía me regaló una serenidad que aún conservo al recordarlo. 

El pensamiento mágico muchas veces nos da más respuestas que el pensamiento racional o por lo menos aquellas que nos sirven para seguir viviendo. En dado caso me pregunto ¿qué es la realidad? ¿Quién determina que algo es real o no? Eso me recuerda que una vez escuché que el cerebro no diferencia un hecho real de uno imaginario, es por eso que al leer una novela de ficción se activas las mismas zonas del cerebro que se activarían si se viviera realmente ese hecho. 

Para qué sirven los textos de un escritor si no es para hacerles la vida más amplia –cálida, amable, interesante- a nuestros lectores. A fin de cuentas somos juglares de la memoria que luchamos contra la muerte, contra el olvido. 

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