Bartleby the Scrivener: Preferiría ser yo durante todo el día


Por @Joaquin_Pereira

Cuantos textos “importantes” se habrán redactado en 1853: contratos, hipotecas, préstamos, sentencias, condenas,… todos ellos olvidados como el polvo en que se habrán convertido el papel donde fueron escritos. Pero ese mismo año el escritor Herman Melville escribiría un relato, de entre 50 y 60 páginas, que sigue generando sorpresa e inquietud en cada nuevo lector que posa su vista sobre él. Se trata de Bartleby the Scrivener: A story of Wall Street

La historia trata sobre un copista o escribidor que es contratado en un bufete de abogados y que un buen día decide contestar “Preferiría no hacerlo” a cada petición que se le hace. La sociedad de aquella época estaba tan enferma –y seguimos estándolo- que al escuchar a alguien expresar lo que verdaderamente siente lo tachamos de mal educado, egoísta o hasta loco. Lo “normal” es ir por la vida tratando de adaptarnos, porque es lo que hay que hacer, para conservar una amistad, un trabajo, una pareja,… en resumen, para que te quieran. 

Aprovecho la lectura de este relato para hacer una confesión, se trata de mi mayor fobia, la cual me ha acompañado a lo largo de mi vida como un sambenito. Me la recordó ese bufete de abogados con un trabajo rutinario y ese excéntrico personaje creado por Melville y con el cual me sentí inmediatamente identificado.

Allá va, mi peor fobia es trabajar en una oficina con un horario estricto. Lo dije. Sé que más de uno -llegado a este punto de la lectura- me tachará de mal educado, egoísta o hasta loco, al pretender vivir sin encajar en el sistema. Uno en el que como hámster coloca a sus miembros en una especie de noria dentro de la que corren y corren sin saber muy bien hacia dónde, odiando los lunes, deseando que llegue el próximo viernes y aburridos los domingos.

A mi llegada a Madrid se me ha presionado para que ejerza trabajos de mierda –muy honrados, y bla, bla, bla-, sí, de mierda: de mesonero, de correos, de funcionario de aeropuerto… Yo tercamente repito como Bartleby “Preferiría no hacerlo”.



En Caracas por años tanto mi familia como mis amigos no dejaban de preguntarme por qué dejé una carrera tan prometedora como lo es la ingeniería en computación por una supuestamente más inestable como lo es la del periodismo. Algunos en su buena fe me invitaban a hacer una combinación de ambas, dada la profusión de nuevas tareas que la burbuja de Internet y las redes sociales prometían. Intentaba explicarles mi decisión usando como un símil el del divorcio: cuando dos personas se separan tus familiares y amigos no te acosan para que sigas con tu anterior pareja, de hecho te invitan a retomar tu vida con nuevos aires y perspectivas. Pero cuando se trata de una carrera profesional, dejarla te convierte en una especie de paria o apestado social, hasta que demuestras tu competencia en una nueva área y vuelves aparentemente a ser aceptado. 

Nunca pude sino hasta este momento, gracias al relato de Melville, confesar mi terror absoluto a pasar horas y horas en un mismo sitio haciendo labores rutinarias. Y no crean que soy el único que ha sufrido esta fobia. En una oportunidad leí en una entrevista que le hicieron a Julio Cortázar donde el escritor de Rayuela confesaba también su animadversión absoluta a estar obligado a permanecer en un sitio -tuviera o no ganas de hacerlo- sólo porque debía cumplir con un horario para cobrar un sueldo. 

Durante mi época de estudiante podía esconder mi fobia porque yo era el que decidía las horas en las que hacía mis proyectos y asignaciones, y la asistencia a clase no me incomodaba mucho porque el tormento de la rutina no pasaba de durar a lo sumo tres horas. Pero cuando tuve que enfrentarme al ámbito laboral mi fobia me impidió encajar en cualquier empleo tradicional.

Es por esta razón que volví a la universidad para estudiar otra carrera –periodismo-, luego de dejar atrás las tediosas horas de programación de computadoras. Al principio tuve suerte porque los trabajos como reportero en los que me contrataron hacían que la mayoría del tiempo estuviera fuera de una oficina buscando noticias, las cuales cambiaban cada día, muchas veces sin prevenirse. Pero con la asunción de la dictadura chavista en Venezuela, ser reportero se convirtió para mí en un negocio de alto riesgo. Es por eso que creé un taller de escritura que me permitió durante varios años vivir bien al margen de las rutinas laborales “normales” de las que huía como de la peste. Me fue tan bien que incluso en el 2012 costee el viaje de mi familia a Portugal durante las navidades y fiestas de año nuevo. 

Pero esto no duraría mucho tiempo más. A partir del 2013 un manto oscuro se extendió sobre Venezuela, como la mortaja del líder supremo de la “revolución bolivariana” Hugo Chávez. El efecto de esta sombra se tradujo en una hiperinflación galopante que echaba por tierra cualquier iniciativa que no fuera traficar con dólares o alimentos. 

Así es que huyendo del ahogo y buscando algo de oxígeno me mudé a Madrid en donde tuve que enfrentarme nuevamente a mi peor fobia. Mientras vuelvo a hacerme un nombre como profesor de escritura creativa, varias voces me han instado a buscar empleo como dependiente de algún local o incluso como mesonero como le sugerían a Bartleby en el relato de Melville. A todas les respondo como él: “Preferiría no hacerlo”.

Para el momento en el que escribo esta crónica tengo varios alumnos de mi taller online desde Caracas y ya comienzan a inscribirse desde Madrid, asesoro a un periodista en la redacción de un libro y comencé a ser Community Manager de un instituto de inglés. Aunque aún no obtengo un ingreso suficiente para mantenerme sin ansiedad, debo agradecer que estas actividades pueda realizarlas en el horario que yo establezca y desde dónde yo decida, dado lo fluido del espacio-tiempo de Internet. 

Poco a poco voy ganándome un piso en el que pueda volver a ser yo la mayor parte del tiempo, sin tener que aceptar realizar actividades impuestas por otros. Quizá dentro de cien o dos cientos años nadie recordará lo hacendoso que fue aquel cartero o lo amable que servía aquel camarero pero aún se hablará de esta reseña o de alguno de mis cuentos. Yo por los momentos preferiría ser yo durante todo el día.



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