Doomsday Book: La duda en medio de un cuarto de espejos



Por  @Joaquin_Pereira

“Enterré con mis propias manos 
a cinco hijos en una sola tumba…
No hubo campanas. Ni lágrimas.
Esto es el fin del mundo”.
AGNIOLA DI TURA Siena, 1347
Epígrafe del libro tercero

Un célebre adagio -atribuido al filósofo y antropólogo alemán Ludwig Feuerbach- asegura que “somos lo que comemos”, yo prefiero afirmar que “somos lo que leemos”. Por esto he ganado la costumbre de leer masterpieces literarias gracias a queridos “jíbaros” de alta talla intelectual que me honran con sus recomendaciones. 

En esta oportunidad quiero comentarles la lectura de un libro que ha recibido el aplauso unánime de los premios más destacados en su género. Se trata de Doomsday Book de Connie Willis, titulado en español como El libro del día del juicio final.

Considerado el mejor título de ciencia ficción de 1992, recibió el triple reconocimiento con los premios Nébula, Hugo y Locus. Su autora ha cosechado un sorprendente número de los más prestigiosos premios de la ciencia ficción: seis premios Nébula, tres premios Hugo, dos premios Locus y el John W. Campbell Memorial. Así mismo obtuvo el Nébula en sus cuatro categorías: novela, novela corta, relato largo y cuento corto.

Aunque el libro se construye sobre un viaje en el tiempo, las elucubraciones sobre tal posibilidad no es el centro temático de la novela. Más bien la época a la que viaja la protagonista constituye el foco de interés de la autora: La Edad Media y en específico cuando ocurrió la Peste Negra en Europa. Pareciera que el objetivo de Connie Willis con esta novela es hacer vivir tan dramática situación al lector más allá de las estadísticas de fallecidos que se mencionan en las clases de historia.

Desde el principio, como lector me vi como en una especie de cuarto de espejos. Cada pista que iba obteniendo para descifrar la trama se me escapaba en múltiples imágenes similares. Los dos protagonistas de la historia, la joven viajera del tiempo Kivrin y su tutor Dunworthy, terminan siendo reflejo uno del otro. Ambos presentan una constante durante toda la trama: la duda. Continuamente están descifrando su realidad inmediata pero cuestionando la veracidad de su interpretación.

Debo confesar que en los primeros capítulos cuestionaba la forma como la escritora le daba vueltas a las situaciones una y otra vez sin aparente avance, pero a medida que adelantaba la lectura me di cuenta que todo estaba “atado y bien atado”. Terminamos cayendo en su trampa: Comenzamos siendo como Kivrin, viajeros sumergidos en el universo del libro intentando descifrarlo, y como ella nos vamos enamorando de los personajes que conocemos en su cotidianidad hasta tal punto que nos duele sus partidas. Este enamoramiento es producto precisamente del estilo recursivo de la escritura de la autora: regularmente en todo el texto hay una vuelta a mencionar las mismas referencias ya presentadas, una y otra vez, una y otra vez, como en una especie de repiqueteo, como las campanas que constituyen el leitmotiv del libro. 

En este juego de reflejos me gustó especialmente la comparación que se hace de la situación de la viajera en el tiempo con Jesucristo: un ser que vino al mundo con un conocimiento superior y en un momento dado se siente abandonado por quien lo envió. 

La estructura del libro también le imprime un ritmo especial a la lectura. Como una campana, se van alternando los capítulos entre los dos espacios temporales, la Edad Media y mediados del siglo XXI. El repiqueteo lo constituye la inclusión de forma regular de fragmentos de un audio grabado por la protagonista durante su estancia en el pasado. 

Doomsday Book es un buen ejemplo de que una obra es maestra no tanto por lo que cuenta sino por la forma en que lo hace. Su trama bien podría relatarse en un cuento corto pero al hacerse en una novela la autora logra un entramado que como mencioné al inicio de esta reseña se me pareció a un cuarto de espejos. No es un libro de frases célebres, más bien es una obra que muestra a personajes por sus acciones y no por lo que piensan. 

La Edad Media se me hizo menos oscura y lejana a partir de la lectura de esta novela. 


Mientras leo
Leer Doomsday Book me ha salvado de sobrecargarme de la realidad que se vive en Venezuela en 2017. Mientras seguía las peripecias de una viajera en el tiempo y de su tutor al querer rescatarla, en las calles de mi país de residencia se desarrollan protestas contra la dictadura que han sido fuertemente reprimidas dejando un saldo nefasto de personas heridas y fallecidas. 

No he podido evitar comparar la Peste Negra, el tema de la novela, con la Peste Roja chavista que se extendió en el país como una enfermedad desde 1998. Como anticuerpos los valores democráticos de los venezolanos intentan recuperar la libertad produciendo una especie de fiebre que ha paralizado el normal funcionamiento de la nación pero que aspiramos constituya el proceso definitivo de sanidad del cuerpo social.

Datos sobre el siglo XIV
En una entrevista la autora de Doomsday Book comentó: “Cuando se escribe un ensayo, se cuenta lo que uno ya sabe. Cuando se escribe una novela, cuentas lo que no conoces y lo que intentas encontrar. En la ficción descubres cosas de ti de las que no eres consciente hasta que las has escrito en la página. Aprendí un montón de cosas sobre mí misma”.

A lo largo de toda la novela el lector se va topando con datos históricos sobre el siglo XIV. Algunos de ellos los presento a continuación:


  • Hasta el siglo XV, la gente creía que los espíritus malignos tomaban posesión inmediata de cualquier cadáver que no hubiera sido adecuadamente enterrado.
  • Las chimeneas no aparecieron en Inglaterra hasta finales del siglo XIV.
  • Las mujeres del siglo XIV se cubrían el pelo cuando estaban casadas. Sólo las muchachas solteras llevaban el cabello suelto y sin cubrir.
  • El cristal era de uso común en las mansiones del siglo XIV. Se suponía que la nobleza llevaba los cristales junto con el equipaje y los muebles cuando viajaban de casa en casa.
  • En la Edad Media, la gente normalmente no llevaba nada al acostarse.
  • La gente de la Edad Media tampoco tenía agua corriente.
  • Los castillos a veces tenían guardarropas cerrados.
  • La gente del siglo XIV pasaba casi tanto tiempo en los tribunales como los contemporáneos de finales del siglo XX. 
  • Estaba mal visto que las nobles solteras del siglo XIV «pidieran descaradamente» hablar con hombres jóvenes.
  • Los contemporáneos no comprendían el mecanismo de la transmisión de enfermedades, por supuesto: creían que era una consecuencia del pecado y consideraban las epidemias un castigo de Dios, pero sí sabían de contagios. El lema de la Peste Negra era «Márchate rápidamente y vete muy, muy lejos» y había habido cuarentenas antes de eso.
  • Las gallinas sólo se criaban por los huevos. Los palomos y pichones eran las principales aves comestibles del siglo XIV. 
  • Los contemporáneos dormían todos juntos y acurrucados al lado del hogar, hasta que a alguien se le ocurrió por fin inventar la chimenea, que no existió en las aldeas de Oxfordshire hasta mitad del siglo XV.
  • La línea entre el mundo espiritual y el físico no se dibujó claramente hasta el Renacimiento, y los contemporáneos tenían constantemente visiones de ángeles, el Juicio Final y la Virgen María.
  • Los curas rurales del siglo XIV eran simples campesinos que se aprendían la misa de memoria y sabían un poco de latín.
  • En el siglo XIV la decadencia de las inflexiones pronominales estaba avanzada, pero no era completa.
  • En el siglo XIV la Navidad era una celebración de dos semanas, con banquetes, juegos y bailes.
  • La silla de amazona no había sido introducida hasta 1390, lo cual era una suerte, y las sillas medievales tenían un alto fuste delantero y arzón trasero.
  • La idea de que los animales de compañía eran criaturas con alma no se hizo popular hasta el siglo XIX, y ni siquiera los Victorianos exigieron enterramientos cristianos para sus perros y gatos.
  • La Peste Negra mató entre un tercio y la mitad de la población europea. 
  • Había tres tipos de peste. La bubónica, que es la de las bubas, la neumónica, que se te metía en los pulmones y tosías sangre, y la septiescénica. 
  • Los contemporáneos no sabían que la Peste Negra se transmitía por las pulgas de las ratas. No tenían ni idea de qué la causaba. Habían acusado a todo el mundo, a los judíos, a las brujas y a los locos. Habían murmurado conjuros y colgado a las viejas. Habían quemado a los forasteros en la hoguera.
  • La Peste Negra empezó en China en 1333, y se propagó al oeste en los barcos mercantes que iban a Mesina en Sicilia y de ahí pasó a Pisa. Se extendió por Italia y Francia (ochenta mil muertos en Siena, cien mil en Florencia, trescientos mil en Roma) antes de cruzar el Canal. Alcanzó Inglaterra en 1348, «un poco antes de la fiesta de San Juan», el veinticuatro de junio.
  • Según Fitzwiller, la peste llegó a Inglaterra el día de san Pedro, el veintinueve de junio de 1348. Alcanzó Oxford en diciembre, Londres en octubre de 1349, y luego se movió hacia el norte y volvió a cruzar el Canal hacia los Países Bajos y Noruega. Llegó a todas partes excepto a Bohemia, y Polonia, que tenía establecida una cuarentena, y, extrañamente, tampoco alcanzó algunas zonas de Escocia.
  • 1348, donde apilaban a los muertos en las calles, donde quemaban a judíos y forasteros en la hoguera, presas del pánico.
  • Los contemporáneos creían que la Peste Negra era un juicio de Dios. Pensaban que se propagaba por las brumas venenosas que flotaban por el campo, por la mirada de un muerto, por arte de magia.


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